"El Valor del Estilo" Entrevista y Reportaje a El Juli en Gentleman México
viernes, 2 de mayo de 2014
EN DOS LETRAS PUEDE CABER UN MUNDO. Dos letras separan a Julián del Juli y por el hueco que dibujan una vocal abierta y una consonante nasal se cuela, en efecto, una vida entera. Una existencia con todo su equipaje: sus éxitos, sus fracasos, sus recuerdos plenos, sus renuncias amargas y hasta tres niños pequeños. Dos de ellos mellizos. Dulces, claro. El último, recién llegado. Isabel (así se llama la criatura) nació apenas unos días después de esta entrevista a finales de marzo y alguno más desde que la madre, Rosario Domecq, saliera de cuentas. Julián López Escobar (Madrid, 1982) es un tipo seguro de lo que quiere, padre de familia, curioso e inquieto; El Juli es otra cosa. El Juli es torero y, en efecto, un matador de toros, por definición y quizá por la cornada que serpentea por el labio, no tiene que ver con nada. Ni con nadie.
¿Qué es exactamente un torero? “Ahora más que nunca es necesario explicarlo. Creo que hay mucho desconocimiento de la fiesta y de lo que significa en nuestra cultura. Vivimos un momento muy delicado. Durante mucho tiempo, cuando las cosas han ido bien, cada uno ha ido a lo suyo y ahora estamos pagando las consecuencias. La responsabilidad es de todos, yo me incluyo”.
No queda claro quién habla, si Julián o El Juli. Los dos, cada uno desde un lado de la barrera, ven cómo su mundo atraviesa la crisis más grave en mucho tiempo. Y, por supuesto, uno y otro, torero dentro y fuera del ruedo, se resisten a perder el sitio delante del toro; quién sabe si el morlaco más peligroso y letal de su vida. Situémonos. Este año El Juli no toreará en Sevilla. No por gusto. La revuelta que él comandó en lo que la prensa llamó —no sin cierta burla— “el G-10” le pasa factura. A él y algún otro en su misma situación. Todos ellos quisieron, a su manera, acabar con las malas inercias de un universo, el del toro, en el que todo es inercia; un espacio sin ventilar que cada día que pasa ve cómo se queda sin oxígeno. “Lo del G-10 ha sido un fracaso, sí. Pero algo había y hay que hacer”, dice, se toma un tiempo y se arranca. “Con la crisis actual no se contaba. De hecho, se han juntado dos. La económica y otra nueva. Lo que nadie se esperaba es que en una parte de España se prohibirían los toros siendo el toreo parte fundamental de lo que somos. Esto es algo que me cuesta explicar cuando viajo. ¿Cómo es posible que España prohíba lo que la identifica? A ver cómo respondes a eso”. Y en la cara de asombro deja asomar una punta de amargura, quizá rabia. El Juli (¿o era Julián?) está convencido de que hace falta cambiar muchas cosas y de su empeño renovador se libran muy pocos. En primer lugar, los que mandan: “El mundo del empresario de las plazas es muy cerrado. Está hecho para que sólo puedan mandar ellos... El caso de Sevilla es un ejemplo extremo. El empresario ha demostrado una falta de respeto y de ética que no está a la altura de la plaza”. A continuación, aunque sin darse un respiro, el reglamento taurino: “Estás limitado de forma absurda. ¿Por qué los quites tienen que ser en el segundo puyazo y no en el primero? ¿Por qué una faena de muleta tiene que tener una limitación de tiempo?... Soy partidario de que el torero sea responsable de su espectáculo y que el público le castigue o premie según su responsabilidad”. Luego, cerca del Apocalipsis, casi todo lo demás: “Pasamos de querer proteger al toreo como bien de interés cultural sin que el toreo mismo figure siquiera en el Ministerio de Cultura. Y sin que la sociedad lo reconozca como tal. Es un poco absurdo”. Y, por último, él mismo: “Por el bien del toreo, me doy cuenta de lo que podría haber hecho y no hice en el pasado. Siento que quizá he perdido una oportunidad histórica cuando estaba en el centro de todo. Cuando empiezas, te metes en el huracán y de ahí es muy difícil salir”.
Cuando llega aquí, sin demostrar una gota de cansancio, Julián deja lucir una punta del arrojo de ese prodigio que cumplió los 17 años no se sabe cuántas veces para poder torear con la legalidad debida. Julián es de nuevo el niño que sorprendió al mundo. “Qué viene El Juli”, titulaba Joaquín Vidal una crónica inolvidable para dar la bienvenida a la maravilla. Sonríe. Y en esa estamos cuando cuenta que de su infancia no recuerda casi nada. “Me molestaba tanto que me trataran como a un niño o que se valorara mi toreo por ser un sólo crío, no un torero, que todo mi afán era parecer mayor. Me cuesta trabajo dar con una anécdota o trastada infantil, de ésas que todo el mundo recuerda. Ahora creo que tengo más espíritu infantil que nunca”, comenta y, de nuevo, sonríe consciente de la fisura que separa dos simples letras. ¿La madurez cambia la forma de torear? “Gran parte de lo que soy tiene que ver con que he podido encontrarme como persona. Saber lo que me gusta, lo que me llena... Todo lo que he pasado en la vida, casarme o tener hijos, lo que ha hecho es reforzarme en mi personalidad. Eso me hace torear mejor y sentirme más feliz. Los toreros en la plaza transmitimos lo que sentimos. Belmonte decía que se torea como se es. Y yo añado que se torea como se es y como se está. Un torero no torea siempre igual, transmites lo que tienes”. El que habla sufrió, no hace tanto, un año cabal, una de esas cornadas que lo cambian todo. Nada que ver con las otras 14 que como arañazos picassianos le visten de arriba a abajo la piel. Fue en Sevilla y el navajazo se acercó demasiado a la femoral. “Me hizo muchísimo daño. Es la primera vez en mi vida que he tenido la sensación de morirme y es verdad que esa rara certeza te cambia la vida. Me costó muchísimo coger el sitio, reaparecí sin estar preparado, tenía anemia. Sufrí muchísimo. Sentía que me moría”. Esta última respuesta sí es de Julián. Ni rastro de la madura inconsciencia de El Juli. Se nota en que habla un hombre acostumbrado a la vida retirada en su casa de campo en Olivenza (Badajoz), la misma que le compró a su ídolo Paco Ojeda. Allí, lejos del ruido de la temporada, vive con la familia. En soledad y en familia. Entre el ruido y la calma. Entre un mundo que tiembla y otro que busca su sitio. ¿Tener familia obliga a echar un paso atrás delante del toro? “Al revés, te arrimas más, te entregas más, das más. Tienes la necesidad de que los otros, a los que más quieres, se sientan orgullosos de ti. Y con un fracaso eso no ocurre, por muy sano que luego vuelvas a casa. Torear es insustituible. Nada hay comparable a ser torero. Ninguna sensación, ni la de ser padre, está a la altura de ser torero”. ¿Le gustaría ver a un hijo de luces? “Hay que ver primero si vale o no. Pero no me gustaría llegar a eso. Ser torero es lo mejor del mundo, pero aun en la mejor de las circunstancias se sufre muchísimo. Es más, cuanto más alto, más se sufre: cornadas, fracasos, incomprensión, soledad... De un modo egoísta no me gustaría vivir eso, pero si es su vocación...”.
Y así, entre el desorden de los tiempos, todo en orden. Tras triunfar en Valencia le espera una temporada (anunciada por mor de la modernidad y la novedad en rueda de prensa) de 35 citas. “Más las de México”, añade rápido. “Me he hecho aquí y me siento torero mexicano. Yo tengo temporada española y mexicana, y las dos las vivo con la misma intensidad. Es más, estoy convencido de que mi carrera se va a acercar cada vez más a México. Me siento identificado con la forma de expresarse de la afición”. Y cumplido el trabajo, quién sabe si volverá a estudiar inglés a Londres. Allí estuvo un par de meses con su mujer y le queda el recuerdo de la experiencia grata del anonimato. “Me gusta ser normal. Me gusta que en clase te pregunten a qué te dedicas... Les dices bullfighter y todo el mundo se sorprende”, comenta divertido; se da un segundo y cambia el gesto: “Y te da rabia que eso no se valore en España. Nada más decir la palabra “torero” era un aluvión de preguntas por lo que significa la tauromaquia”. Julián, el responsable con su oficio, con su gente y con el futuro de lo que hace (ser torero) ha vuelto a la conversación. Detrás, ya lejos, queda El Juli, aquel del que se asombraban las crónicas. Decían que venía El Juli y el que ha acabado por llegar es Julián. Entre uno y otro, dos sencillas letras que resumen una vida entera y en las que se condensa un mundo con sus dudas, su pasado bronco y su futuro incierto. Éste, el de los toros y el otro.
Por Luis martínez para Gentleman México / Fotos Javier Salas
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